Reabasteciendo Nuestras Almas

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“Reabasteceré a los cansados y saciaré a los desfallecidos”. - Jeremías 31:25

Si queremos reavivar nuestro fuego por Cristo, entonces hay varias cosas que debemos hacer intencionalmente. La primera es que debemos permitir que Dios llene nuestras almas. Cuando Dios creó a la humanidad, la Biblia dice que Dios sopló Su aliento en las fosas nasales de Adán, y se convirtió en un alma viviente.

Nuestra alma es esa parte de nosotros que, según la teología cristiana clásica, está hecha a “imagen de Dios”. El místico y sacerdote católico del siglo XVI Juan de la Cruz dijo: “Dios está despierto en el alma. Dios respira en el alma.” Es lo único que poseemos que se parece a Dios, y como tal nos distingue de todas las demás criaturas del reino animal.

Es esa parte de nosotros donde residen los sentimientos emocionales, la parte que produce compasión y preocupación, que se conmueve cuando otros sufren o se encuentran en problemas. Dios nos ha diseñado ingeniosamente con un alma. El alma es la esencia de lo que realmente somos. No somos seres físicos que poseemos un alma, somos almas que poseemos un cuerpo.

El alma alberga la mente, la voluntad y las emociones. Es en el alma y con el alma que amamos a Dios, a nosotros mismos y al mundo. Pero a pesar de lo central que es el alma, a veces podemos desconectarnos espiritualmente de la fuente de nuestro ser. Podemos perder la conexión que alguna vez tuvimos. Miramos el mundo y nos sentimos abrumados por lo que vemos.

Anhelamos los caminos de Dios. Dado que el ciervo no puede vivir sin agua (Salmo 42), las cosas de Dios son parte del currículo central de nuestra fe; no son optativas. ¿Estás en una época en la que necesitas volver a tener sed de las cosas de Dios? ¿Necesitas permitirle que llene tu alma?

Puede ser el momento de apagar el teléfono, apagar las noticias, salir de las redes sociales, tomar un descanso de Netflix y las compras en línea, y enfrentar a Dios. En un mundo donde tantas fuentes diferentes tienen voz, a veces debemos apagarlas todas para escuchar la única voz que necesitamos: la suya.

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De -Sin Límites con el Pastor Delman